Desde el domingo, que aterricé en Madrid a eso de las 11 de la noche tras más de 24 horas de viaje, no he tenido fuerzas para volver a escribir. La maravillosa (e irreal) vida en Toronto se ha acabado, y vuelvo a estar en casa. Miento, EN LA OFICINA. Qué rápido se acaba lo bueno...
Me siento totalmente desubicada, como si fuera mi primer día en la empresa. No soy la única que vuelve de vacaciones hoy (obviamente todas vuelven mucho más morenas que yo, como siempre!), así que tengo compañeros con los que lamentarme. Y ya se sabe que mal de muchos..... EPIDEMIA!
Me va a costar vover a la rutina. La cabeza me echa humo con nuevos proyectos e ideas para salir de la oficina otra vez lo antes posible. ¡¡Menos mal que aún me quedan mis vacaciones!!
Llevo una hora sentada en la mesa, y no he sido capaz de mover un papel ni de abrir un correo. Nada. El retorno debe ser paulatino, si no me va a dar un siroco, así que hoy me conformo con que me cuenten cotilleos veraniegos y me vayan poniendo al día. Sin prisas.
Había olvidado el calor asfixiante que hace en esta oficina. También había olvidado la contraseña del ordenador, y casi me siento en el sitio de otra compañera. Es curiosa la capacidad de la mente humana para desconectar en vacaciones..........
La depresión post-canadá me ataca sin piedad.
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