Esta mañana me costó horrores salir de la cama, y pensé que estaría cansada y arrastrada durante todo el día. Llegué a la oficina de un humor tirando a gris, y pensé que el jet lag me iba a perseguir hasta el fin de semana. Pero a primera hora sonó el teléfono, y como si mi vida fuera un musical las nubes se apartaron y salió el sol, la ofi se llenó de colores, y yo me subí en la mesa (con la mente, obviamente) y me dejé llevar, cantando y bailando al ritmo de GOOD MORNING BALTIMORE. La primera llamada me impactó, su voz era la última que esperaba escuchar. La segunda me sorprendió, porque no esperaba que me llamara una vez más sin tener motivo aparente para hacerlo. La tercera me hizo flotar sobre la silla el resto de la mañana.
Y es que, señores, esta que les escribe ha conocido a alguien. Parece mentira, pero detrás de esta fachada casi insensible a lo romántico se esconde un corazoncillo que a veces se acelera y hace que la vida tenga un punto de sal que la hace divertida.
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Las mariposas han asaltado mi estómago (y no, no es que tenga hambre, que os veo venir, graciosillos)
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